jueves, 16 de marzo de 2017

#retoselfclean: por un monte limpio

A todos nos pasa: salimos de ruta por el monte y no importa lo recóndito e inaccesible del rincón donde vayamos a ir a parar: siempre aparece una bolsa de patatas, una lata, un pañuelo o una litrona que blasfema contra la reverencial santidad que merece la Naturaleza.
Últimamente he cruzado lo que, para mí, suponía una gruesa línea, pasando del enfado y la queja -propios de la impotencia ante un problema tan extendido- a la acción modesta y humilde, (aquella de la que soy capaz como individuo), y en mis dos últimas salidas en solitario he empezado a recoger parte de esa basura.
La pereza o la pulcritud que en un momento dado me había detenido la he transformado en orgullo por hacer algo que es incontestablemente conveniente. Recoger la basura que dejan otros para depositarla en un contenedor al finalizar una ruta no debe suponernos ningún complejo, sino justo lo contrario: ha de constituirnos en ejemplo a seguir.
En una de mis salidas recogí una bolsa llena de basura.
Y no digo esto desde una vanidad que pida reconocimiento social, sino desde la humildad que solicita, que ruega ser escuchado para conseguir, con el esfuerzo de todos, unos montes libres de desperdicios, no tanto por la recogida (evidentemente imprescindible) como por medio de convencer a la sociedad del respeto y veneración que merecen todos los espacios comunes, máxime en entornos rurales.
Esa sensibilización debe centrarse, sobre todo, en las generaciones de niños y jóvenes. Los adultos, por desgracia, solemos estar infectados del virus del orgullo, que dificulta hasta el extremo que admitamos un error propio. Por supuesto, no hay que desistir en el intento, pero en muchos casos son vicios adquiridos de muy difícil extirpación. Quizás consiga más la inocencia de un nieto que haya aprendido que los papeles no se tiran al suelo poniendo en evidencia a su abuelo, acostumbrado a hacerlo, que si viniera un veinteañero a darle lecciones de ética y civismo.
Mi proceso personal en cuanto a la percepción del asunto se sitúa en un punto en el que, cuando veo basura tirada por ahí, no siento tanto enfado como antes; ahora es pena lo que llega a mi alma. Pena por el entorno mancillado, y pena por aquéllos que lo han propiciado, quienes carecen de todo principio de respeto, civismo, empatía o sensibilidad hacia el medio natural.
Comprometidos. Fotografías por cortesía #retoselfclean
Mucho me temo que quien es capaz de arrojar basuras a discreción puede encajar en alguna de estas patologías: o es un egoísta que desprecia todo lo que no le pertenece, o sencillamente no tiene suficiente capacidad intelectual para comprender el perjuicio que provoca semejante actitud (para éstos hay más esperanza que para los primeros).
Resulta lamentablemente significativo que yo, como un senderista cualquiera, haya decidido incorporar a mi mochila un paquete de bolsas de basura. Por eso urge decir que yo -repito, una persona cualquiera-, mientras camino 20 kilómetros una mañana, tengo tiempo, capacidad y ganas de llenar una bolsa con desperdicios ajenos que otros consideraron que no importaba dejar abandonados.
Pero no se trata de humillar ni culpabilizar a nadie, sino de mostrar que una actitud generosa y respetuosa es perfectamente posible. Sin reproches. Lejos debe quedar toda intención de confrontar; hay que procurar atraer con la fuerza irresistible de la razón. La victoria está asegurada, sólo tenemos que persistir y cargarnos de paciencia.
Porque si la Región de Murcia pretende vender excelencia turística, está moralmente obligada a poseerla. Y me consta que se hace, pero seguir fomentando campañas de educación ambiental en colegios e institutos, así como convocatorias participativas y amenas in situ son medidas excelentes para continuar promoviendo esa sensibilización. Como todo lo relativo al progreso social, el camino es arduo pero imparable; inexorable.
Concienciando desde el principio. Foto cortesía #retoselfclean
Recientemente he sabido de una iniciativa inspiradora. Se trata de compartir en redes sociales, como usuarios del monte y la naturaleza (senderistas, ciclistas, escaladores, corredores, etc.) nuestros selfies o fotos recogiendo algún elemento olvidado por otros. Algo simbólico que sirva para mostrar que, frente a un problema de carácter social, existimos como una suerte de ejército de salvación dispuesto a reparar el daño ocasionado.
No se pide acudir al monte en zafarrancho de limpieza -aunque iniciativas puntuales estén bien para dar visibilidad a la cuestión, lo cierto es que es algo que compete a determinados estamentos públicos-, el servicio que hacemos con estos selfies es mostrar a la gente que dejar basura tirada es algo vergonzoso que la sociedad empieza a penalizar cada vez con mayor exigencia.
Por todo ello, invadamos las redes sociales con la etiqueta #retoselfclean, convirtámonos en parte activa de la solución de un problema profundamente arraigado en la ciudadanía para que las generaciones presentes y futuras cuiden mejor el entorno natural, y que no lo hagan por cumplir las normas, sino por atender al sentido común.
Aquí tenéis las distintas plataformas digitales de los ideólogos del movimiento: Reto Selfclean en Facebook, Instagram y Twitter.

2 comentarios:

  1. Excelente, compañero.
    Yo hace muchos años que empecé en esta cruzada, que no parece tener fin.
    Montaña, playas, caminos... no tengo un campo en concreto para actuar. A mi me parece imprescindible esta actitud, y además, es nuestra responsabilidad como ciudadanos del mundo. Por el simple hecho de poder adentrarse uno en un camino, ya está OBLIGADO a colaborar en su cuidado... sea de la manera que fuere, y una de ellas, es ayudando a limpiarlo.
    Comparto tu blog Murciano, un abrazo.

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  2. Hola, Franeto. Gracias por tu comentario.
    Completamente de acuerdo. Por desgracia es necesario limpiar los montes, playas, campos, ciudades y, en general, todo sitio que pisa el hombre. Por eso me parece absolutamente imprescindible y urgente sensibilizar a la sociedad para que entienda que no se debe hacer, atacando así el principio del problema.
    Una tarea complicada y seguramente poco agradecida, pero muy gratificante por sentir que uno está haciendo lo que debe.

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